viernes, 7 de febrero de 2014

 CAPÍTULO  10


Un mensaje de WhatsApp hace que deje el batido de chocolate que se estaba tomando sobre la mesa de la cafetería en la que se ha sentado.
                                     
                                                           
                                                                  ¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido?


         ¿Qué por qué me he ido? No sé, Josh, quizá el trato que he recibido en el recreo ha tenido algo que ver,  ¿no crees?

                                            
                                                                 Alex… Lo siento, lo siento mucho.

              
                                      Tú no sientes nada, si lo sintieses, ni si quiera habrías hecho algo así.


                                                     Alex, créeme por favor, no volverá a pasar.


Lo siento, Josh, no puedo ser amiga de alguien que me trata de maravilla a escondidas pero que me tira piedras en público.


Guarda el móvil sin obtener respuesta, aunque tampoco la quiere.  Un último sorbo y acaba su delicioso batido, una lástima, estaba riquísimo. Todavía queda una hora para que acaben las clases, pero tiene claro que por hoy no volverá, y de ir mañana también lo está dudando. Cómo echa de menos a su mejor amiga, a sus compañeros de clase, tan alegres, tan amables, tan comprensibles… No sabe qué ha hecho para que la humillen de esa manera en el instituto, solo quiere tener la oportunidad de retomar sus estudios, de retomar su vida. ¿Por qué tan mala suerte? Paga el batido y se va. El viento da de lleno en su cara, despeinando su trabajado pelo. Mierda, no hay cosa que le dé más rabia. Pero todavía hay algo peor, siente que unas gotas caen sobre su frente, desearía que fuese imaginación suya, pero pronto se da cuenta de que está empezando a llover. Genial, y ella sin paraguas y a no se cuanta distancia de casa. Mirándolo por el lado positivo, igual se resfría y tiene excusa para no asistir a clase. Cada vez llueve con más intensidad y hace más viento. Tiene mucho frío y en apenas cinco minutos ya está empapada. Empieza a correr, pero debe detenerse en un paso de peatones, la espera a que el muñequito rojo se tiña de verde se hace eterna, pero por suerte las gotas dejan de caer sobre ella, pero, ¿qué raro? Aún puede ver como sigue lloviendo. Mira hacia su lado y ve a un tipo joven cubriéndola con un paraguas marrón.

-Vas a pillarte un buen catarro. –Dice el chico casi rubio mientras sonríe de una manera muy dulce y sincera-

-No me importaría en absoluto.

-¿Dónde vives?

-¿Perdona? –Contesta ella con asombro, e incluso con un toque ligero de genio, ante la directa pregunta del muchacho-

-No me malinterpretes, es para llevarte, no puedo permitir que te vayas sola y con este temporal, además este barrio no es adecuado para ir sin compañía, ¿lo sabías?

-Tú vas solo…

-Sí, pero soy un chico, y  algo mayor que tú. Por cierto, ¿no deberías estar en clase?

-¿Eres mi padre ahora?

-Para nada, de hecho yo debería estar en la universidad, pero no me apetecía seguir encerrado y me he ido.

-Pues ya somos dos.

-Entonces, ¿puedo acompañarte?

Ella no contesta, solo se encoge de hombros. Mientras hablaban, el semáforo se puso verde, es ahora cuando se dan cuenta y es ahora cuando cruzan. El chico sigue protegiendo su cuerpo de las fuertes gotas de agua, cosa que hace que Alex se extrañe y su acompañante puede llegar a notar.

-Es que, si no contestas, me lo tomo como un sí.

-¿Y cómo sé que no eres una mala persona que quiere hacerme daño?

-Porque si hubiese venido con malas intenciones, habría actuado desde el principio en vez de haberte resguardado de la lluvia. Puedes fiarte de mí, pero solo si quieres.

-Está bien, está bien. Pero no pienses que lo tienes tan fácil.

-Bueno, por ahora no me has echado de tu lado, algo es algo… -Se toma unos segundos para que la atractiva jovencita conteste, pero decide seguir hablando al darse cuenta de que ella no tiene la mínima intención de pronunciar palabra- Dime, ¿cómo te llamas?

-Alex.

-¿Alex?

-Sí, de Alejandra, pero si me llamas por mi nombre completo puedes morir. –La contestación  hace que él ría, divertido-

-Yo me llamo Adrià, encantado.

-Bonito nombre.

-Alejandra también lo es.

-¡Oye te he dicho que…!

Las carcajadas del universitario saca también la sonrisa de Alex, que se siente bien en su compañía.

-¿Quieres tomar algo? Aquí sirven un café exquisito y seguro que te vendría bien.

-Oh no no, hace poco me tomé un batido y, además, ya no me queda dinero.

-¡Pero si pago yo! Venga, te vendrá bien algo calentito.

-Que no, de verdad, estoy bien y… -Un estornudo, tras otro, hacen que Adrià ponga la mano sobre su espalda y la empuje levemente al establecimiento- Wow, qué calentito se está aquí, ¿verdad?

-Sí, se está muy bien, sobre todo con una compañera como tú. –Y, tras una dulcísima sonrisa, se sientan a esperar al camarero-


Por fin en casa, después de un café no muy cargado. A la vuelta, hablaron de muchas cosas, pero también se callaron otras tantas. Por suerte dejó de llover, pero eso no fue motivo para que Adrià dejase que Alex continuase sola, caminaron juntos hasta el último tramo. ¿Qué habría pasado si se hubiese quedado en clase? No lo sabe, pero desde luego, la mañana no hubiese acabado tan bien. Ahora se encuentra tumbada en su cama, pensando, en miles de cosas como de costumbre. Piensa en Josh, en ese capullo que la confunde día sí y día también. Preferiría que jamás le hubiese dirigido la palabra, y ahora estaría, aunque fuese, un poquito menos dolida. También piensa en Oriol y en lo borde que fue con él, demasiado injusto para una persona que intenta mejorar un desastroso recreo. Mañana se lo compensará, mínimo pidiendo perdón. Pero, ¿quién ocupa la mayoría de sus pensamientos? Adrià, sin duda alguna, esa casualidad que ha hecho que la mañana fuese más amena, que ha hecho que no pillase una pulmonía. Pero ya está, debe quitárselo de la cabeza, una vez en la puerta, intercambiaron miradas y un saludo que otro, ni números de teléfono, ni mails… Nada, y es una lástima, porque le habría apetecido verle de nuevo. La puerta se abre de repente, despertando a Alex de sus reflexiones, y a decir verdad, no era la mejor manera de hacerlo.


-¿Qué quieres ahora?

-Soy tu padre, me preocupo por ti.

-¿Ah, sí? ¿Desde cuándo? Perdóname eh, es que no me he dado ni cuenta.

-Déjate de ironías, tendría que haberme puesto la dichosa gomita.

-Pues mira, no habría estado nada mal, porque prefiero no haber nacido a tener que estar viviendo con un ser tan miserable como tú.

-No voy a entrar al trapo, no he venido a discutir.

-¿A qué, entonces?

-A que me des lo que hace tiempo tu madre me daba.

-¿Perdón?


Alex da unos pasos atrás, a la vez que su padre los da hacia ella. 

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