lunes, 27 de enero de 2014

 CAPÍTULO  7

De nuevo en la parada, al menos es viernes… Puede reconocer perfectamente a la persona que va en su dirección, y llega con unos minutos de antelación en comparación a los otros días. Suspira. Y es que no quiere ver de nuevo a nadie de su clase, ni del instituto entero. Pero en fin, al menos es viernes…

-Buenos días, Alex.

-Buenos días, Josh.

-No me puedo creer que estés simpática hoy.

-No estoy simpática, solo adormilada, lo que hace que no piense en lo que digo.

-Bueno, he escuchado por ahí que las cosas que se dicen sin pensar son las más sinceras.

-Pues a lo mejor escuchaste mal.

-¿A qué hora quedamos esta tarde para hacer el trabajo?

-¿Qué? No, esta tarde no pienso quedar contigo, bastante tuve con verte ayer en clase y fuera de esta.

-No soy tan malo. Podrías darme una oportunidad. No hace falta que contestes ahora, piénsatelo y dímelo durante el día.

Cuando se disponía a decirle que se quitase esa loca idea de la cabeza, el autobús llegó dejándola con la palabra en la boca. Sinceramente, ha sido un poco borde con el chico, pero en su opinión, lo merecía. ¡La dejó en ridículo delante de unos cuantos idiotas! Aunque no le importa nada en absoluto, o si.

Llega a clase, esta vez con la hora pegada, ha esperado fuera hasta que sonase el timbre, escondida de todos, no quería que la escenita de ayer se repitiese. Y ese hábito es el que tomará por costumbre, por desesperante que parezca. Entra junto con el profesor de filosofía, que la saluda en la puerta con una alegre sonrisa. No sabe porqué hay gente que sonríe a las ocho de la mañana, ni acabará de entenderlo nunca.


La hora del recreo es una de la que más odia, al contrario que los demás alumnos. Durante el día se siente sola, pero en ese momento es cuando más lo nota. Odia la soledad, pero poco a poco aprende a vivir con ella. Ve a Josh de lejos, que también le mira algo preocupado, sin ella entender el porqué y le gira la cara. Mira el reloj, aún quedan quince minutos para volver a clase. Qué pesadilla. Se sobresalta al notar una mano en su hombro, y después de eso el nerviosismo recorre sus venas.

-Qué guapa vienes hoy, niña rara.

-¿No se te ocurre otra manera mejor de meterte conmigo?

-Me llamo Dani. Y ellos dos son…

-No me importa el nombre de un tipo que se dedica a darme empujones. Y los de sus secuaces tampoco, así que puedes ahorrártelos.

-Niña niña, relájate, ¿es que no entiendes que no puedes ir por la vida sin saber nuestros nombres? Como iba diciendo, yo me llamo Dani y ellos dos son César y Mario.

-Os daría la mano, pero me dais asco.

-Qué genio, me gusta.

-No me importa.

El chico pone la mano en su hombro y se acerca demasiado a ella, que le esquiva. Pero él vuelve a la carga. 
Se dedica a respirar su delicado perfume y observar todas las partes de su cuerpo, unas más que otras. Alex, sin saber porqué, dirige la mirada hacia donde se encontraba Josh, y le alivia saber que sigue ahí. Le mira, asustada, no le gusta que ese tipo esté tan cerca, sin embargo no puede huir, se ha quedado paralizada.

-Venga va chicos, dejadla en paz, tan solo es una rarita.

Alex fulmina a Josh con la mirada, no le hace gracia lo que ese estúpido comenta, pero al menos ha conseguido que la dejen tranquila.

-Una rarita que está muy buena. –Risas por parte del grupito, pero Alex aprovecha para largarse de allí- ¡Eh, no te vayas!

-¡A la mierda!

Grita con fuerza y corre hacia los baños, donde se oculta hasta que el timbre indica que se retoman las clases.

*Dos de la tarde, de camino a casa*

-Gracias por haberme acompañado a por la tarjeta, pero no tenías porqué.

Y es que Alex, no sabe ni cómo ni porque, acabó contándole a Josh, que amablemente se sentó con ella en el bus, que debía ir a una tienda de telefonía para hacerse de una tarjeta con internet, y es que el chico cuando se pone pesado, no recibe un no por respuesta, así que la acompañó con la excusa de que sus padres llegaban una hora más tarde y se aburriría. Alex aceptó por miedo a perderse, no por ninguna otra causa.

-No es nada, además así te he ayudado, que parecías un poco perdida.

-Bueno...

-Venga, te acompaño a casa.

-No no, ya ha sido suficiente tiempo a tu lado, un poco más y me volveré loca. –Al principio se muestra seria, pero segundos después ambos se ríen, y, sin darse cuenta, acaban frente a la casa de ella- ¿Siempre tienes que salirte con la tuya?

-Es un don.

-Pues no te acostumbres.

-Adiós, Alex.

-Hasta el lunes, Josh, por desgracia.

Sin echar la vista atrás, la joven abre la verja de la casa e inicia el camino que hay hasta la puerta de entrada mientras rebusca las llaves en su mochila. Josh sin saber porque, sigue observándola. Por suerte, ha contenido el impulso de abrazarla, impulso o mejor dicho, locura. Antes de que se dé cuenta, reinicia su paso.

-¡Josh! –Él se gira y dirige la mirada hacia Alex, que llama su atención- ¡Gracias!

Y antes de que ella pueda percibir la sonrisa que le sale a su compañero de clase, o pueda pronunciar palabra alguna, entra en casa. Sube directamente a su cuarto, tiene hambre, pero puede esperar. Se pone a organizar su móvil, mete la tarjeta y lo enciende. ¡Genial! Todo en orden, y se dispone a instalar algunas que otras aplicaciones. Lo que se hace por una buena amiga… Sonríe al recordarla, son tantos momentos vividos junto a ella que parece que lleve más tiempo viviendo del que lleva. Rápidamente introduce sus datos en una de sus aplicaciones favoritas: WhatsApp. Mientras deja que miles de mensajes vayan entrando, llena su estómago con unos deliciosos macarrones.

-Coma conmigo, Señor Moore.

-El servicio es el último que come siempre.

-No diga bobadas, venga, siéntese. Aquí nadie es más que nadie, y mucho menos mi padre.

-Pero es el que paga.

-Ya…

Alex termina de comer antes, pero espera a que su acompañante acabe también.

-La comida sabe mejor cuando la compartes con alguien.

-Y que lo diga, Señor Moore. Si me disculpa tengo que irme, hay cosas que hacer.

El anciano asiente y con una sonrisa, ella sale al jardín. Para ser invierno no hace mal día y eso son cosas que hay que aprovechar. Tener un jardín tan grande tiene sus ventajas. Se tumba en una hamaca que ve a lo lejos, apartada del mundo, y comienza a mirar los WhatsApp que ha estado recibiendo. Son más de los que esperaba. Del grupo de su antigua clase, esa que echa tanto de menos… De su mejor amiga Cris, y de algunos otros conocidos que le dan el pésame. La noticia habrá recorrido la ciudad donde vivía. También tiene mensajes de algunos miembros de su familia, ni si quiera sabía que disponían de WhatsApp. Lo primero, es contestar a su amiga Cris. Le informa de que por fin tiene internet y esperará pacientemente su respuesta. Sabe que los martes y los viernes tiene que irse a entrenar a las cuatro de la tarde y hasta las seis no estaría disponible. Pasa de los demás mensajes, lee los de sus tíos y primos y contesta algo sencillo. Una vez todo en orden, busca en su lista de contactos a alguien que no le interesa mucho, pero que tiene algo que decirle.


A las cinco en la biblioteca, no se te ocurra retrasarte o darme plantón. Con esto también te digo que tienes una segunda oportunidad, pero no te emociones mucho. Hasta luego Josh.


Bloquea su móvil y cierra, por tan solo unos segundos, los ojos. Hacía tiempo que no se sentía tan tranquila. Respira lentamente y se siente bien, pero su concentración se acaba cuando su móvil vibra.


Jajajaja te recuerdo que no fui yo el que llegó tarde ayer. No te preocupes, solo era una broma, nos vemos a las cinco. Al final he acabado consiguiendo tu número, ¿ves? El don del que te hablaba.


Alex termina de leer el WhatsApp y, aunque le odie, sonríe. No sabe si se arrepentirá o no de esa segunda oportunidad, pero por ahora tiene ganas de que sean las cinco.



-¡Pero mamá! ¿Por qué no? Para un día que me ofrezco…

-Deja de insistir y ayúdame a quitar la mesa.

-Pero mamá…

-Ni peros ni peras, ¡recoge por una vez en tu vida Josh! Nunca te has interesado por cuidar de tus hermanos y ahora te enfadas porque no te dejo, la adolescencia te está haciendo más daño del que creía.

-Mamá es que me he dado cuenta de que no sales nunca y como hoy te habían invitado a café pensé que te haría ilusión, no tengo nada que hacer y así me entretengo un rato. ¡Sal y diviértete!

-Que no, qué pesado estás. Pesado e irreconocible. Anda trae, que para como barres ya lo hago yo. ¡Ponte a hacer los deberes inmediatamente!

-Pero si solo es viernes.

-¿Y qué? Los deberes vamos.

El joven, molesto por su fallido plan, se encierra en su cuarto aislado del mundo, tal y como le gusta hacer día a día. No entiende a su madre, siempre le dice que debe cuidar de sus hermanos, que nunca puede salir por estar al cargo de ellos pero más bien la culpa era toda para Josh, que se despreocupaba completamente de quedarse con los pequeños, y ahora que le dice que si… ¡Madres! Abre la mochila pero la cierra al instante, no tiene ganas de hacer deberes, así que enciende la play y desconecta del mundo, pero alguien hace que vuelva a tierra.

-¿Por qué no estás haciendo los deberes?

-Tengo todo el fin de semana.

-Ya no sé qué hacer contigo Josh.

-Mamá no te pongas así solo porque no quiera hacer los deberes ahora, joder.

-Últimamente estás muy vago, haces lo que quieres y cuando quieres, no me cuentas las cosas, y las clases no te van lo que se dice perfectamente bien. ¿Qué te pasa?

-Mamá, estás exagerando, no me pasa nada.

-Seguro que es cosa de los amigos esos con los que sales.

-Estás pesada hoy eh…

-Haré como que no he oído nada. Voy a prepararme, le he dicho a Sara que quedaré con ella a tomar café a las cinco y  como no me de prisa… Te quedas a cargo de tus hermanos, si pasa algo llámame.

-¿Y papá?

-Ha tenido que irse a trabajar, hoy tenía miles de cosas que hacer. Llegaré sobre las nueve, después de recoger a tu padre del trabajo.

Su madre sigue hablando pero él, al tener lo que quería escuchar, deja de hacerla caso. Quizás su madre tenga razón y haya cambiado un poco a mal este último año, pero ahora eso es lo que menos importa.



Una vibración hace que de un sobresalto de la hamaca, haciendo que acabe casi en el suelo. Se acomoda y coge el móvil, que no sabe cómo ha llegado a parar bajo su espalda, pero lo que entiende menos aún es cómo ha podido dormirse. El delicado viento que hacía mecer suavemente la hamaca habrá tenido algo que ver, pero se deja de preguntas y desbloquea su móvil. Es un WhatsApp de Josh. La pesadilla no termina nunca. 

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